15 de abril de 2011

Escapada romántica.

Suena el fonoporta.

-¿Quién?
-¡YO!

Sí, todos nos llamamos "Yo" cuando contestamos al telefonillo. Reconozco la voz. Le abro. En un instante sube los dos pisos y sin darme explicación alguna me venda los ojos y me sube a su coche.

-¡Eh!¿Qué haces?
- Haciendo tus sueños realidad.

No pronunció palabra en todo el trayecto. Paramos. Creo que hemos llegado ya. Me ayuda a apearme del coche. Me devuelve la visión.

-¿El aeropuerto de San Javier? ¿Qué hacemos aquí? ¿A dónde vamos?
- A dar una vuelta.
-Pero si no llevo equipaje.
- Perdona que discrepe, cielo. Sabes que me llevo muy bien con tu madre, ¿no?

Me da un beso leve en los labios. Sin perder la sonrisa jamás.

En el avión. No me ha dejado ver nuestro destino y me ha puesto unos auriculares para que no me entere de nada. Sonará agobiante, pero la sensación es incomparable. Me quedo dormida  a la media hora de vuelo, apoyada en su brazo. Noto como me acaricia el pelo.

Me despierto. Por lo visto vamos a aterrizar. Bajamos del avión y un coche nos espera. No miro la matricula. Si ha conseguido llevar la sorpresa hasta este nivel no merece la pena estropearla. Quiero que sea a lo grande.

Lo veo a lo lejos. Le cojo de la mano y se la aprieto fuertemente. No me lo puedo creer.

-¡El Coliseo! ¿De verdad estamos en Roma?
- Claro. ¿Qué te parece?
- Todo esto es increible. TÚ eres increible. ¿Cuánto tiempo nos quedamos?
- Me alegro que te guste. Vamos a estar aquí cuatro días.

Me recuesto en el asiento y suspiro. Todavía incrédula de lo que mis ojos ven.

Llegamos a un hotel a las cinco de la tarde. El Hall es precioso. Con motivos romanos, columnas e imitaciones de esculturas famosas. Tiene detalles en dorado y muchos espejos. 421. Nuestra habitación.

-Bueno, deshaz la maleta y arréglate. Vamos a investigar la ciudad y luego a cenar.

Y desaparece tras la puerta del baño.
Obedezco. Lo primero que encuentro es una falda de vestir corta y negra, bastante ajustada y una camisa blanca. Unos stilettos negros y un bolso de mano del mismo colo dan el acabado perfecto al look. Me recojo la melena en un moño desecho con un palillo chino negro.
Salimos del hotel. Él está guapísimo. Lleva una camisa blanca con una americana negra y pantalones a juego. Le favorece el conjunto. Echamos a andar. Sin rumbo fijo, o eso creía yo.

En una abrir y cerrar de ojos nos encontramos en el mítico puento Milvio. Sabía que me encanta. Saca una cajita de un bolsillo del pantalon. Se coloca frente a mi. Le miro a los ojos, buscando en ellos respuestas a todas las preguntas que pasaban por mi mente.

- Te quiero. Sé que no te lo digo muy a menudo pero prefiero demostrarlo a decirlo y no sentirlo. Llevamos tres maravillosos años juntos. Tres años disfrutándote día a día. Ni muy empalagosos ni muy independientes. Una relación perfecta. Es lo que siempre soñé y lo tengo. Quiero darte las gracias por cada segundo que has vivido conmigo, por cada sonrisa que me has regalado, por cada mirada que me has dedicado, por cada beso que me has dado, por cada caricia que me has hecho sentir. Por todo. Por ser como eres. Delicada y a la vez fuerte. Dulce y a la vez arisca. Niña y a la vez tan mujer. Te quiero porque solo tú has sabido darme lo que siempre he querido, me has enseñado lo que es el amor, me has hecho sentir sensaciones jamás vividas. Y no quiero perder esto nunca. Por eso te he traido aquí. Porque sé que siempre te ha gustado esto. Y aquí mismo, en tu sitio favorito de Roma, en tu rincón preferido del mundo, te pregunto: ¿Quieres casarte conmigo?

Se arrodilla al pronunciar esta última frase. Abre la cajita. En ella hay un candado con nuestros nombres grabados y una llave diminuta al lado. No tengo palabras para expresar tal felicidad que recorre cada centímetro de mi cuerpo.

- Cariño, no me lo esperaba. Creía que esto era una locura más contigo. Pero sin duda, es la mejor de todas. Yo también te quiero y sabes todo lo que siento por ti. Eres el hombre de mi vida. El que me despierta cada mañana con un beso y un "buenos día, mi amor". Y por nada en el mundo te dejaría escapar. ¡Sí, quiero! ¡Quiero casarme contigo!

Nos besamos durante un rato. Abrazados. Con el Tíber bajo nuestros pies como testigo. Sonreimos. Procedemos a poner el candado en la farola juntos. Nos acercamos al borde del puente y tiramos la llave al río. Vuelve a sacar otra cajita. Esta vez de su americana. La abre . Es un anillo con un diamante en el centro y cuatro circonitas alrededor.

- ¿Qué te creías? ¿Que solo ibas a tener un candado de compromiso?

Me lo pone en el dedo anular de la mano derecha. Me besa.

La verdad es que cuando le conocí pensé: "Este tío está grillado. Está tan loco que creo que es el hombre de mi vida." Y vaya que si lo es.





Esto es el relato de mi sueño. Me gusta mucho la leyenda de que los amantes que ponen un candado en la farola del Puente Milvio con sus nombres y tiran la llave al río su amor será enterno. Y espero poder hacer eso alguna vez en mi vida. O bien en mi pedida de mano o en mi luna de miel. Me encanta.

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