23 de junio de 2012

second part

De nuevo aquí.

Al principio, cada vez que iba a esa casa, me sentaba en la barra americana de la cocina,mientras esperaba que él volviese de clase, a escuchar las historias de su madre de cómo la decoró ella sola, haciéndome un tercer grado con preguntas sobre la moqueta de las habitaciones, el parqué del salón o el cuadro con motivos marítimos del recibidor.
Lo increíble de aquella peculiar vivienda es que cada habitáculo parece tener su propio estilo. La puerta principal parece sacada de la típica película estadounidense, de roble tallada a mano, con una cristalera en vertical a la derecha que ocupa toda la altura, con un visillo de encaje blanco semioculto por unas gruesas rejas de acero forjado. El recibidor tiene un pequeño mueble color caoba con un espejo ovalado. En él, hay un cuenco de madera donde suelen dejar las llaves. Detrás de la puerta, un perchero y un paragüero (ahora en desuso, pero no rompe la estética en absoluto).
En frente las escaleras, y al final de estas, las cuales tienen mis pisadas grabadas, se abre una puerta. La misma puerta de siempre, con ese póster por fuera de "Punks not dead" que a su madre le desagrada tanto por romper la armonía de la casa tan rústica y a la vez tan minimalista.

Hoy estamos solos.

- Vamos, rezagada. Como si fuera la primera vez que vienes, joder.

Me limito a sonreirle.

Venimos de la cocina, de coger un par de piezas de fruta para merendar y reponer fuerzas. Se me adelanta, conecta el iPod al equipo de música y se tira en la cama a la vez que le pega un mordisco a la manzana Golden que lleva en la mano. El cuarto demasiado ordenado para ser de un chico, está más incluso que el mío. Al fondo trasversalmente está la cama. A la derecha pegado a la puerto una cómoda con 4 cajones y a la izquierda el armario y un mueble donde se encuentra el reproductor. A mi diestra otro mueble donde se encuentra una televisión de 22 o 23 pulgadas, el DVD y la PS3. Justo enfrente, a mi siniestra, el escritorio con el ordenador. Todo muy recogido y limpio.
Cerrando la puerta a mi paso con la mano que me queda libre me acerco al equipo y empiezo a buscar música.

-Pon Seize the day, anda.

- Cállate, elijo yo. - refunfuño al mismo tiempo que le doy un bocado al plátano un poco maduro y dulzón de Canarias.

-A saber qué pones...

-Solo sabes quejarte. Ya verás.

Yo ya tenía algo en mente. Una canción que hacía tiempo que no escuchábamos pero que tenía la certeza de que la iba a recordar. Se hace el silencio. Está con los ojos cerrados esperando a que empiece mi elección y al sonar los primeros acordes da un respingo en la cama.

- Qué tontica eres. Anda ven aquí.

Me atrae hacia él y hace que me tumbe encima suya. Me mira a los ojos sin dejar de sonreír. Y justo cuando nuestros labios están a punto de rozarse y aparto como si tuviera un resorte. La cara le cambia por completo.

- Espera un momento. ¿No te vas a quejar? ¿No vas a poner ninguna pega? ¿Nada?

Se le relajan las facciones de nuevo y suelta una carcajada y niega con la cabeza.

-Creo que oigo un coro cantando el aleluya a la lejanía, ¿sabes?

- Pues no, es Billie diciendo que que alces tus manos al cielo, tú y yo.

Sonreímos y esta vez sí. Nos besamos al compás de nuestra canción. De la canción que marcó el principio de nuestra historia que se ha ido escribiendo sola, sin forzarla, con sus altibajos, como todo.

La canción acaba. Y aunque empieza otra, nuestras frutas a medio comer están tiradas por el suelo siendo testigos de algo que no tiene palabras.


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