21 de febrero de 2014

Ouch.

Pato me llama. Creo que es obvio. Siempre me estoy haciendo daño. Con la piernas llenas de rasguños y alguna quemadura en los dedos. Fijaos hasta que punto que él me encontró rota (por dentro) y el corazón lleno de cicatrices mal curadas, supurando pus. Vaya.

He sido, soy y seré el mejor desastre de su vida. Le quiero aunque sea con torpeza, como la que me caracteriza. Igual me tropiezo con su sonrisa y en ese traspiés me pone contra la pared. O tal vez me golpeo con su mirada y me hago un chichón en el corazón. Una tirita, por favor. Quizás me pillo los dedos entre sus 'te quiero' o me araño la razón con un solo abrazo.

Esas heridas son las que merecen la pena, porque no duelen. A lo mejor escuecen por el temor a no volver a dañarme tan dulcemente. Entonces viene él y me sopla un 'para siempre' y me echa Mercromina.

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