6 de febrero de 2012

destiny doesn't exist... it's the parents

Muchas veces me han preguntado si creo en el destino o en las casualidades de la vida. Aunque siempre me abstengo de dar una respuesta. No sé si es porque soy un poco escéptica, pero creo que el destino lo vamos escribiendo día a día nosotros mismos con cada decisión que tomamos, cada acción que llevamos a cabo o cada palabra que sale por nuestra boca. Cualquier ínfima cosa puede cambiarlo todo, un poco o incluso que todo de un giro de 180º grados. Pero, al fin y al cabo, tan solo es lo que yo pienso. Quizá si que haya un destino y esté escrito en las estrellas, como muchas canciones aseguran, quizá tu nombre esté grabado a fuego en el mío, o quizá solo sea un rallajo pintado por error. No lo sé y tampoco lo quiero saber. Quizá este camino no sea el mío, sino un atajo que he tomado para llegar antes al de verdad. O quizá no. Suposiciones que no sabremos jamás, o quizá el día en que nuestra vida acabe hallemos las respuestas. Tampoco lo sé. Pero, ¿y si lo supiera todo? ¿Qué encanto tendría el camino de la vida si ya sabes lo que va a pasar? Esta es la única respuesta de la que estoy segura: Ninguno. Por eso es mejor así, dejarse llevar siempre es la mejor opción, porque aunque la caguemos (perdona la expresión) todo tiene solución y los errores se pueden arreglar e incluso aprender de ellos para no volver a caer. Aunque si que es verdad que nos empeñamos en cometerlos de nuevo porque pensamos que esta vez será diferente, en ocasiones lo es, en la mayoría no. Sin embargo, no hay que tomárselo a la tremenda, ni golpear nuestra cabeza contra la pared a la vez que gritamos: Soy imbécil. Sino, verlo como otra experiencia enriquecedora de la cual exprimir todo el jugo de sabiduría que se pueda.

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