25 de agosto de 2013

Un chocolate suizo frío, por favor.

En una ocasión soñé que entraba a una cafetería estilo Starbuck en alguna metrópoli conocida del mundo. Que veía en un rinconcito a una escuálida y paliducha mujer con un Frapuccino y varios cercos alrededor, absorta en el libro que sujetaban sus finas y frágiles manos y que leía a través de unas finas gafas de montura plateada y rectangular. Que me sentaba cerca de la puerta tras pedir mi chocolate suizo de las 9 y la observaba, con toda la atención que me dejaba mi Mac y mi estúpido correo electrónico que no daba a basto de tanto recibir mensajes con ofertas y felicitaciones. Que atendía a cada expresión facial que le provocase cada párrafo de cada página. Que la veía cerrar la contraportada con una amplia sonrisa y se dirigía a la salida con la cabeza más alta que con la que entró. Que algo de mí llamó su atención hasta tal punto que se le resbaló esa trigésima edición de una de las varias editoriales que lo publicaba en cuya portaba, debajo del famoso título, figuraba mi nombre, y que casualmente mi rancia cara de escritora neomaleducada expresivamente yacía impresa en blanco y negro en la tapa. Y que mi única reacción fue sonreír mientras cogía el bolígrafo próximo a mi ordenador sin cruzar palabra. Que la mujer recogía torpemente el libro y me lo tendía tímidamente. Al recogerlo y darme las gracias en su idioma vio la dedicatoria:


"You can STAY STRONG forever. Just believe in yourself.


The woman at the next table with a Swiss chocolate."




Y desde entonces ese es mi sueño. Hacer un poquito feliz al que le haya agradado mi montón de folios garabateados con mis batallas y conclusiones filosóficas a las tantas de la madrugada que empecé a escribir Bic en mano hace años. Qué manera más extraña de satisfacer mis necesidades literarias.


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