Él que se hizo astronauta para dibujar y poner nombre a las constelaciones de sus lunares, para trazar las órbitas de sus caderas y caer dentro del agujero negro de sus pupilas.
Ella que se hizo mochilera para recorrer el valle de sus abdominales, para escalar a la cordillera de sus clavículas y acampar en la comisura de sus labios.
Que de pequeños elegimos las mismas épicas profesiones que cuando nos enamoramos cuando crecemos, solo que ahora las enfocamos hacia la otra persona, y no hacia el mundo. ¿Quién nos lo iba a decir?
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