10 de abril de 2014

Historias sin principio ni final.

Hace unos días decidí contar nuestra bonita e inacabada historia. En el momento en que cogí boli y papel, levanté la cabeza y pensé:  Pero, ¿por dónde empiezo?

Creo que... Sí, ya lo tengo. Aquella tarde en el Sega Park con los amigos del instituto. Nos dirigimos corriendo a las motos pero una estaba ocupada por un chico alto y grande. Me asomé a su pantalla y le pregunté que si le quedaba mucho. Me dijo que no, que su amigo se acababa de bajar. Giró la cabeza y me sonrió. Game Over. Se bajó del simulador con un adiós apresurado en busca de su amigo.

Qué va. Ese no fue el principio. Aquel día de primavera, hará 12 años más o menos. Fui a ver un partido del Dolorense en el que jugaban mis compañeros de clase. Él era aquel portero tan simpático que me dijo en qué campo se disputaba el partido contra el Ciudad Jardín.

O quizás el principio fue un cruce de miradas de dos niños pequeños que iban a casa de sus respectivos tíos en el mismo pueblo, que desconocían que años más tarde iban a forjar una amistad tan grande.

Puede que esto no tenga un principio claro. Pero me gusta pensar así.

Lo único claro que tengo es que me alegro de que esa noche de fiesta te metiese el dedo en el ojo porque tú te metiste en mi vida.

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