2 de noviembre de 2016

Hogar

Eres el hogar más bonito que me he tirado.

Y me he follado otros lugares por despecho,
por no saber a dónde ir,
por atracar en un puerto que no me aporta,
por descansar en un pueblucho abandonado que me pillaba de camino,
por descubrir sitios nuevos,
por ¿curiosidad?,
por pasear por calles abarrotadas de gente,
y yo, sin embargo, sintiéndome sola entre esa multitud.

Hasta que volví a casa.
Un poco más lejos.
Un poco más.
Ahí.
Justo ahí.

Estaba de okupa en una habitación pequeña, lúgubre, con humedades en las paredes, fría, árida, oscura, silenciosa, vacía. Salía de vez en cuanto por las noches a inspeccionar el resto de la casa, daba paseos por el jardín todas las tardes para que me vieras. Me encantaba ese sitio. Pero no vivir de esa manera. Ni a ti. Que no te gustaba ir a esa habitación, ni sacarme de allí a hurtadillas, ni mirarme de lejos.

Y, pues vaya, que desaloje la mansión y la hice mi hogar.







Pienso quedarme a vivir aquí para siempre.

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