25 de noviembre de 2013

La leyenda de la máquina de escribir.

Él era el típico hipster estereotipado. Gafas de pasta. Un borsalino en la coronilla dejando asomar un poco de flequillo. Barba de tres días. Un paquete de Marlboro en el bolsillo junto a un clipper. Un brazo tatuado densamente. Unas Panama Jacks color camel para pisar fuerte. Y, ¿cómo no?, el corazón hecho añicos.

Y como ya no está de moda escribir e-mails para reconquistar a una mujer, ni una entrada en un blog, ni un post en Facebook, ni una foto en Instagram con un extenso y romántico Quijote relatando el feliz día en que se la echaron, este ejemplar adinerado y caprichoso de moderno decidió irse a una tienda de antigüedades a comprarse una máquina de escribir para mandarle una carta vintage con sus sentimientos, lo que estaría dispuesto a hacer por recuperarla y pedirle perdón por todas las cagadas intencionadas o no que ha hecho. Eso sí, envejeciendo el papel primero.

No tardó mucho en elegir una. Mientras paseaba por el largo pasillo repleto de máquinas desde las más antiguas a las más modernas, iba deslizando la mano por encima de ellas rozándolas con la yemas de los dedos. Hasta que un calambre le paró en seco. ¿Electricidad estática? Podría ser, puesto que no había una toma de corriente cerca y mucho menos algún aparato eléctrico. Se giró y la vio. De repente, esa parte del cerebro que nos incita a pensar en cosas sobrenaturales se activó. Se le cruzó por la cabeza la loca idea de que esa máquina, justo esa, había provocado aquel chispazo en su dedo corazón y que, por algún extraño motivo, algo le impulsaba a llevársela a casa. Y así fue.

Pensó que quedaría bien en su escritorio, al lado de Mac. Aportando ese toque retro que tanto le gustaba y que, para ser sinceros, le hacía falta.

Pasaron los días sin escribir nada, ni siquiera la tocó desde que la trajo de la tienda. Pero la miraba mucho, con recelo tal vez, o intriga. ¿Qué sé yo? Quizás temor por lo que sintió aquella tarde la primera vez que se encontró con ella. ¿Quién sabe?

Una tarde se armó de valor, que no era poco. Introdujo un folio en blanco y le dio vueltas al rodillo hasta dejar la página al principio. Se encendió un cigarro y comenzó a teclear:


     " Querida Cr


Las varilla de las letras I y S se habían atascado. Acucando el ojo derecho porque se le metía el humo, las volvió a poner en su sitio un poco a tientas. Buen comienzo, así que probó a teclear más despacio. Las varillas se volvieron a atascar. Tras varios intentos fallidos y el cigarro consumido, desistió. Se decidió por empezar de nuevo y de forma distinta.

     " Mi muy am

Las varillas de las letras A y D se habían atascado. Lo volvió a intentar de varias formas y siempre se atascaban las varillas de las dos siguientes letras de su nombre o de cualquier grata palabra hacia ella. Creía estar volviéndose completamente loco. Esto sobrepasaba los límites de la lógica. Por lo tanto, dejó de escribirle. Abandonó la máquina, se dio por vencido.


Una madrugada de insomnio -de esos con nombres y apellidos, DNI, cuenta bancaria y una fama poco respetable- con lágrimas resbalando por sus mejillas y frenándose es su tupida barba, necesitaba desahogarse y sin saber por qué se sentó enfrente de la extraña typewriter y surgió algo así.


     " Querida hija de la gran puta,

Gracias por joderme la vida. Es ironía, porque eres tan subnormal que seguro que ni siquiera entiendes eso. Como tampoco entendiste que estaba dispuesto a darlo todo por ti, a dejar a mi familia y amigos de lado por irme lejos contigo, a cambiar de ciudad a ciegas, a quererte más de lo que jamás te haya querido nadie. Fue tu elección y no, no la respeto. Que te jodan, cabrona. No te voy a desear un futuro agradable con alguien mejor que yo porque no sería sincero por mi parte. Ojalá que te hagan más daño que el que tú me has hecho a mí. Ojalá te deje preñada algún chulo de barrio que te trate como a un criada, pero que sea guapo, como a ti te gustan. Ojalá vivas el resto de tus días con ojeras de tristeza. Ojalá te partan el alma en dos. Ojalá... Ojalá no te hubiera conocido. Ojalá no me hubiera enamorado de ti. Ojalá pierda el contacto contigo para siempre. Ojalá todas las cosas malas que tú has hecho se reboten contra ti. 

Mi más sentido pésame por la muerte de nuestra posible amistad después de hundirme en la miseria.



     Un escupitajo en la cara,


Un estúpido cegado que te quiso. "


Se enjugó los ojos, ya sin tristeza, sino con ira y rabia. Se sentía mejor de lo que pensaba. Su terapia había funcionado y sorprendentemente la máquina no se había atascado en ningún momento. ¿Qué había pasado? No importa, a la mañana siguiente mandaría esa directa y sincera carta. Sincera... Cayó en la cuenta de que cada vez que trataba de ser amable con la mujer que le había tratado mal no era sincero. Por eso se atascaban las varillas y, al escribir lo que realmente sentía, no lo hacían. Qué locura pensar eso. Pero en aquel momento no pensaba lógicamente. No pensaba, directamente. Solo tenía en mente de deshacerse de esa presión que tenía entre el pecho y papel. Deshacerse de ella para siempre.


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