20 de marzo de 2014

Muere y déjame morir.

Tengo más monstruos dentro de mi cama que debajo de ella. Que les regalos los diamantes que me hacen brillar con un poco de luz para que se queden, que no quiero dormir sola más noches frías. Ni cálidas. Que quiero escuchar música con ellos y marcarme un Berzerk una vez a la semana. Les pago para que no me abandonen. Para poder beber y bailar como Mia Wallace cualquier madrugada de estas y que Urge Overkill me cante 'Girl, you'll be a woman soon...'. Pero yo no moriría así. No, que va. Moriría aullándole a la Luna y quitándole los paréntesis a las cosas que rechacé a lo largo de mi vida. Porque de pequeña me decían que tachar quedaba guarro, que pusiera entre paréntesis lo que no valía. Y la única guarrada era no poder acurrucarme en los brazos que tenía prohibidos.

Ese día
me quedaría
con los besos que no dí,
los abrazos que rechacé,
las amistades que deseché,
la fortuna que perdí,
la suerte que desperdicié,
las heridas que no curé,
las lágrimas que lloré
y borré.

Me desnudaría delante de todo eso, quedándome en bragas, quizás. No sé. Sentirme vulnerable ante lo que un día renuncié o perdí. Porque al fin y al cabo es de lo que estoy hecha. Morir pura, dándole las gracias por estar donde estoy, por llegar a donde he llegado, por tener lo que tengo y por ser lo que soy. Morir orgullosa. Morir sin arrepentimientos. Mirándolos a la cara y gritándoles que he sido más fuerte, que he ganado a todos, menos a la muerte. Mi batalla pendiente, a punto de perder definitivamente. Y con una amplia sonrisa, destruirlos. Invencible. Hasta que la señora de negro se digne a arrastrarme de los pelos hasta el infierno, que llegaba tarde (como siempre), que prometí recogerme temprano esa noche y ya iba más colocada que Bob; y habría bebido y follado más que Bukowski. La despedida perfecta.



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