28 de agosto de 2014

Insomnio, parte 1

He hecho cosas de las que supuestamente debería arrepentirme. Y no lo hago. Y digo supuestamente porque así me lo ha impuesto la sociedad en la vivo. ¿Esta controversia pone en duda si soy buena persona o no? ¿Qué es lo que realmente dictaría que lo soy: arrepentirme o no haberlo hecho? Soy de esas personas que piensa que si haces algo en un momento determinado es porque lo sientes, porque te apetece, porque en un desafortunado instante (o no) tu cerebro (o tu corazón) dio un respingo y dijo: ¡Vamos! Y puede que me haya equivocado mil y una vez, lo reconozco. Pero arrepentirse y amargarse por ello no sirve de nada. De hecho, en ciertas ocasiones (porque es muy atrevido decir siempre) debería dar las gracias a mi cerebro (o a mi corazón) por haber tomado dichas decisiones, por haber dicho o actuado de esa manera. Sencillamente, porque, por h o por b, eso ha influido en lo que tengo hoy día. En lo que soy. En lo que he cambiado. En la esencia que he sabido mantener. En los logros personales por los que he trabajado. En las satisfacciones diarias que me llevo al despertar y darme cuenta de que me gusta lo que hago ahora y que me encanta lo que estudio y haré en un futuro más cercano de lo que mi mente es capaz de asimilar.

Sé de buena tienta que este es un tema muy manido, y que todos sabemos que nuestro pasado, tanto las partes buenas como las malas, han dado lugar a nuestro presente. Que las malas rachas solo son el potenciador del futuro presente por el que tanto hemos luchado. Y, de hecho, en muchas ocasiones, necesitamos recordárnoslo porque nos centramos solo en las cosas malas y lo único que verdaderamente echamos en falta es esa pequeña motivación que, a veces, incluso somos incapaces de proporcionárnosla nosotros mismos. Tiene que venir alguien a decirnos:

       'Va, tonta. Que todo lo malo pasa.
        Que esto es un bache, una mala racha.
        Que todo esfuerzo tiene su recompensa, a largo plazo más que a corto.
        Que el tiempo pone a todo el mundo en su lugar.
        Que vales más de lo que te imaginas.
        Que te quiero.'

Por eso, nunca me arrepiento de mis actos. No me valen lo golpes en el pecho diciendo por mi culpa, por mi gran culpa. No me sirven las lágrimas baratas que nadie valorará.

Allea jacta est. Lo hecho, hecho está. Y demás refranes tan citadas como los te quiero's no sentidos. Y a fin de cuentas, nos abrirá algo los ojos una noche de insomnio sin televisión ni Internet. Bajo el amparo de una linterna industrial comprada por eBay, un folio en blanco, un bolígrafo Bic y Bono cantándome al oído que el mar quiero besar a la orilla dorada, que podemos caer más profundo y que podemos sentir el amor común.

Quizás influya este calor insoportable que no irradia de entre mis piernas por tu culpa. O que crea que todo mejora escuchando a U2. Socorro. Estoy atrapada en un caos de pensamientos sin orden ni lógica. Y no puedo parar de escribir los días así. Supongo que deslizar el bolígrafo por el papel me relaja. O imaginar ser esa bolita llena de tinta rodando, dejándote llevar por manos ajenas sin la menor idea de que puede que estés dibujando una futura obra de arte, que estés escribiendo una declaración o una nota de suicidio. ¿Qué más da?  Estás bailando. Viva. Y no quieres parar.

Y estoy empezando a desvariar tanto que ya no sé si tenía algo importante que decir o solo estoy aquí por hacer bulto. De un modo u otro, no puedo dejar de hilar un tema con otro, y sino lo fuerzo. A estas horas poco me importa si todo este texto tiene correlación o no. Ni qué impresión da. Porque, personalmente, escribo mejor triste.
O cachonda.
O las dos cosas juntas.

Es que es tan poético el sentimiento de añorar algo que se ha perdido; de la melancolía que encierran canciones que significaron algo bonito para nosotros un día no tan lejano; de las ganas de tener algo imposible. La tristeza, en general, me parece bella, incluso en prosa. No es que eche de menos estar triste; echo de menos escribir bonito, sin que suene cursi por estar felizmente comprometida.

Quizás, al fin y al cabo, lo mío no sea esto y deba dejarlo otra vez y dedicarme por completo a la profesión que estudio para ejercer.

Quizás a alguien algún día le interese lo que escribo, o escribí.

Cuando esté muerta.




Ojalá.





5:27 a.m.

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