4 de junio de 2015

Suéñame despacio que tengo prisa

Llevaba enredado en el pelo el aroma del mar,
y cada terminación nerviosa de mi piel deseosa
pedía a gritos que me lamiera el salitre del cuerpo,

Que no quería otra cosa que jugar,
sin ser sirena ni mierdas de esas,
correr(se) por la playa y poco más.

Me retorcía y me salía de la toalla.
Y era de noche.
¿He dicho ya que era de noche?
Acababa llena de arena,
y suplicándole a Dios siendo atea,
que viniese a ducharme,
para no dejar de sentirme sucia.

18 de marzo de 2015

Felina

Me retuerzo cuando me acarician.
Me lamo las heridas.
Me afilo las uñas en corazones de piedra,
y los colmillos en los blandos.
Me estiro, me desperezo, me tumbo en el canto de una sonrisa.
Me acurruco en sitios calientes.
Me voy sin avisar.
No hago caso.
Échame de menos cuando desaparezca.
Quizás me atropelle un latir desbocado
y no vuelva a casa por perseguir mariposas de estómagos ajenos.



22 de febrero de 2015

Muy yo, muy desastre

Y cuántas veces habré dicho lo desastre que soy. Las cosas me duran un día ordenadas. Los cajones, el armario, los pensamientos, las fotos del ordenador, los sentimientos, los libros. Todo revuelto. Pero, que parecerá desordenado ante los ojos de cualquiera, y no ante los míos. Y es que tengo un orden particular. Un orden desordenado. Y tiene su explicación. Necesito tener todo a mano, poder verlo, o no querer verlo. He ahí el por qué me dejo algún sueño encima de la almohada y un libro debajo de la cama, o un bonito pensamiento al lado del equipo de música con mi canción favorita lista para reproducirse, y una carta de desamor en el fondo del cajón más profundo de mi cuarto. No quiero guardarme los recuerdos en un cajón bien ordenados, ni las bragas separadas de los tangas, ni los sentimientos fichados en una carpeta, ni los collares de bisutería en un compartimento y los de plata en otro. Y la preciosa sorpresa que nos llevamos al meter la mano en el cajón sin mirar y sacar tu tanga favorito, a juego con tu giratiempo, una tarde de cine con tu amiga y un amor irracional hacia la camiseta del desconocido del lavadero de coches. Mejores combinaciones he visto; como la de su sonrisa, mis caderas, y nada de tensión elástica en ellas, por que, vaya, se me olvidó meter la mano en un cajón.

16 de noviembre de 2014

Cosas que deberías saber sobre ti

Tienes la sonrisa más bonita del mundo,
que se para tiempo porque él también quiere mirarla
y no pasar de largo ni dejar pasarla.

Levantas la ceja derecha cuando cantas
porque tanto sentimiento no cabe en una nota,
a mí también se me curvan los labios cuando te oigo.
Son cosas que no puedo expresar con la boca.

Las almas puras se encuentran entre ellas.
No sé cómo te encontré.
Casualidad.
Destino.
Yo lo llamo suerte.

Has reído cuando en realidad querías llorar.
Eres fuerte y no lo sabes.
Puedes con todo pero yo sí lo sé.

Un día me dijiste te quiero un mundo
y nos dimos cuenta que
hasta el universo se queda pequeño
para esta inmensa amistad.

Me das las gracias por todo,
pero, ¿y yo qué?
Jamás podré expresar
lo que eres en mi vida, pequeñico.

Te quiero más que un mundo.



9 de noviembre de 2014

Cosas que deberías saber de mí

He reído y llorado
con una misma canción.
Soy una mala mujer para un buen hombre.
Y para uno malo, peor.

Guardo el rencor en el bolsillo trasero de los tejanos que me hacen buen culo.
Por eso llevo mochila,
porque no me caben las ganas de verte,
ni las llaves, ni el DNI,
ni mi mejor sonrisa para ti.

Me enamoro todos los días.
De una calle, de un sentimiento,
de un recuerdo, de una fiesta,
de una mirada cómplice entre compañeros
que sabemos todo lo que queríamos decir sin abrir la boca.
Y que nos basta con cerrarla para que nos pregunten por qué estamos mal.
Y que es insuficiente un abrazo en mitad de la calle para dar las gracias,
porque esa palabra se queda corta,
y ojalá pudiera contaros lo increíblemente reales que son.

Me limo las uñas, pero nunca me las corto.
Como nunca corto relaciones por lo sano,
se liman hasta romperse del todo.

Me gusta más escribir en papel
aunque parezca la contrario.
Y he contado 355 noches desde que ya no estás
con nosotros, con los de aquí abajo.
Quizás, este mundo se quedaba pequeño
para una persona tan grande.
Y quizás, guarde en mis ojeras lo mucho
que te echo de menos.
Y quizás, debería de haberte dicho
cosas que ahora ya no puedo.

He perdido mucho más de lo ganado.
Pero ganado en experiencia
mucho más y sin perder.

Nunca consigo lo que quiero,
pero sí lo que merezco.
¿Te merezco?



29 de septiembre de 2014

Explosión.

¿Nunca habéis tenido la necesidad imperiosa de gritar?

Gritar tan fuerte que notes como sale tu alma por la boca. Gritar sin motivo. Con los brazos extendidos en cruz. Mirando al cielo. Gritarle al viento. Gritar hasta quedarte sin aire que soltar. Explotar. Y desplomarte sobre tus rodillas en ese mismo sitio. Como si no tuvieras un esqueleto que te dé forma, ni una musculatura que lo mantenga recto. Como si fueses un hielo al que acaban de apuntar con un secador de pelo durante el minuto que ha durado el grito y ahora no eres más que un charco a punto de evaporarse. Creer que todo lo que te ha salido de dentro eran tus demonios que tensaban tus nervios, y a cada disgusto, cada complicación en los estudios o en el trabajo, cada problema económico, cada decepción de un amigo, cada putada de un ex, cada monstruo que llevábamos comiéndonos de dentro hacia afuera, los iban alimentando. He aquí el por qué de gritar. Para hacer un agujero en el saco y podamos empezar de cero a cargar nuevos disgustos, nuevas complicaciones en los estudios o el trabajo, nuevos problemas económicos, nuevas decepciones de amigos, nuevas putadas de un ex, nuevos monstruos. Hasta la próxima vez que nos volvamos a llenar de ellos.

28 de agosto de 2014

Insomnio, parte 1

He hecho cosas de las que supuestamente debería arrepentirme. Y no lo hago. Y digo supuestamente porque así me lo ha impuesto la sociedad en la vivo. ¿Esta controversia pone en duda si soy buena persona o no? ¿Qué es lo que realmente dictaría que lo soy: arrepentirme o no haberlo hecho? Soy de esas personas que piensa que si haces algo en un momento determinado es porque lo sientes, porque te apetece, porque en un desafortunado instante (o no) tu cerebro (o tu corazón) dio un respingo y dijo: ¡Vamos! Y puede que me haya equivocado mil y una vez, lo reconozco. Pero arrepentirse y amargarse por ello no sirve de nada. De hecho, en ciertas ocasiones (porque es muy atrevido decir siempre) debería dar las gracias a mi cerebro (o a mi corazón) por haber tomado dichas decisiones, por haber dicho o actuado de esa manera. Sencillamente, porque, por h o por b, eso ha influido en lo que tengo hoy día. En lo que soy. En lo que he cambiado. En la esencia que he sabido mantener. En los logros personales por los que he trabajado. En las satisfacciones diarias que me llevo al despertar y darme cuenta de que me gusta lo que hago ahora y que me encanta lo que estudio y haré en un futuro más cercano de lo que mi mente es capaz de asimilar.

Sé de buena tienta que este es un tema muy manido, y que todos sabemos que nuestro pasado, tanto las partes buenas como las malas, han dado lugar a nuestro presente. Que las malas rachas solo son el potenciador del futuro presente por el que tanto hemos luchado. Y, de hecho, en muchas ocasiones, necesitamos recordárnoslo porque nos centramos solo en las cosas malas y lo único que verdaderamente echamos en falta es esa pequeña motivación que, a veces, incluso somos incapaces de proporcionárnosla nosotros mismos. Tiene que venir alguien a decirnos:

       'Va, tonta. Que todo lo malo pasa.
        Que esto es un bache, una mala racha.
        Que todo esfuerzo tiene su recompensa, a largo plazo más que a corto.
        Que el tiempo pone a todo el mundo en su lugar.
        Que vales más de lo que te imaginas.
        Que te quiero.'

Por eso, nunca me arrepiento de mis actos. No me valen lo golpes en el pecho diciendo por mi culpa, por mi gran culpa. No me sirven las lágrimas baratas que nadie valorará.

Allea jacta est. Lo hecho, hecho está. Y demás refranes tan citadas como los te quiero's no sentidos. Y a fin de cuentas, nos abrirá algo los ojos una noche de insomnio sin televisión ni Internet. Bajo el amparo de una linterna industrial comprada por eBay, un folio en blanco, un bolígrafo Bic y Bono cantándome al oído que el mar quiero besar a la orilla dorada, que podemos caer más profundo y que podemos sentir el amor común.

Quizás influya este calor insoportable que no irradia de entre mis piernas por tu culpa. O que crea que todo mejora escuchando a U2. Socorro. Estoy atrapada en un caos de pensamientos sin orden ni lógica. Y no puedo parar de escribir los días así. Supongo que deslizar el bolígrafo por el papel me relaja. O imaginar ser esa bolita llena de tinta rodando, dejándote llevar por manos ajenas sin la menor idea de que puede que estés dibujando una futura obra de arte, que estés escribiendo una declaración o una nota de suicidio. ¿Qué más da?  Estás bailando. Viva. Y no quieres parar.

Y estoy empezando a desvariar tanto que ya no sé si tenía algo importante que decir o solo estoy aquí por hacer bulto. De un modo u otro, no puedo dejar de hilar un tema con otro, y sino lo fuerzo. A estas horas poco me importa si todo este texto tiene correlación o no. Ni qué impresión da. Porque, personalmente, escribo mejor triste.
O cachonda.
O las dos cosas juntas.

Es que es tan poético el sentimiento de añorar algo que se ha perdido; de la melancolía que encierran canciones que significaron algo bonito para nosotros un día no tan lejano; de las ganas de tener algo imposible. La tristeza, en general, me parece bella, incluso en prosa. No es que eche de menos estar triste; echo de menos escribir bonito, sin que suene cursi por estar felizmente comprometida.

Quizás, al fin y al cabo, lo mío no sea esto y deba dejarlo otra vez y dedicarme por completo a la profesión que estudio para ejercer.

Quizás a alguien algún día le interese lo que escribo, o escribí.

Cuando esté muerta.




Ojalá.





5:27 a.m.

10 de agosto de 2014

Destino

Hola, soy yo otra vez. ¿Me recuerdas?

Déjame que te ilumine un poco.

Soy aquella niña revoltosa y traviesa que juega con la línea de tu destino a la comba, y a la pata coja. Pero puedes estar tranquila. Me la aseguro en las manos por los extremos para que no se escape. El principio y el fin. Siento haberla pisado bastante, pero era novata. También me disculpo por adelantado por las veces que la pisaré al final, comprende que estaré cansada de estar jugando toda tu vida, y que me tropezaré y me caeré de bruces, y que la pagaré con tu ya desgastado destino. Pero, tranquila, que ni aún así lo soltaré. Estate por segura que se enredará en mil y una ocasión, que le haré nudos adrede que tú deberás desatar. En eso no te voy a pedir perdón, porque no es mi culpa. La vida me obliga a que ponga obstáculos entre tú y tu destino. Son lecciones que debes aprender 'por las malas'. Pero no te rindas. Él está ahí, paciente, a que lo vayas recorriendo.

¿Me recuerdas ya?



Hablamos del destino como algo de lo que nadie tiene el control. Qué error más grande. Yo juego con el destino de mucha gente cada día con cada decisión que tomo, con cada palabra que digo y con cada cosa que hago. Dejemos lo de las coincidencias a la casualidad. Que yo el destino se lo dejo a esa niña que tanto me recuerda a mí, que ella sabrá cómo cuidarlo y enseñarme a darme cuenta de qué es lo que realmente debe estar en mi vida y qué no. Confío en que si me equivoco ya me dará un latigazo en el culo con mi comba-destino para que corrija lo erróneo.


Mi destino es un juego del patio de recreo de una pequeña de 7 años. Sensatez y locura a partes iguales.

18 de julio de 2014

Chica universal

Es lo que la hace ser especial,
y espacial.

Decían que se pintaba los labios con una constelación y que su espejo era la Luna. En su mente, un pequeño agujero negro absorbía todos sus malos recuerdos y, así, sonreía pura.

No entendía de París en blanco y negro, ni nada acerca de la vie en rose. Su color favorito era el verte, porque el arco iris se le quedaba pequeño. Por debajo de las rodillas.

Volaba con una punta del pie sobre la Tierra, ella no es de aquí. Estaba claro. Siempre andaba perdida, aunque es lo que más quería. No le gustaba encontrarse. Por perder, perdía hasta las bragas por una lluvia de estrellas. O por un hombre que la amase muy fuerte para luego dejarla marchar.

Intensa y efímera.

Verla caminar era un espectáculo. Y espectacular. Hipnotizaba con el vaivén de sus caderas, porque siempre las llevaba al aire, como un trofeo del que sentirse orgullosa. Con el frío, se le erizaba la piel, y hasta era más sensual.

En ocasiones se pintaba las uñas en un lago secreto de Marte y jugaba al hula hoop con los anillos de Saturno. Y bailaba. Bailaba mucho. Con todos. Dejándose llevar. Le encantaba el tango y, si tuviera nombre, querría llamarse Roxanne. Su mejor ropa era la desnudez, o eso dijo el Sol, que la besó tantas veces sin poder quemarla.

Hace surf. Le gusta rozar el polvo estelar con el dedo corazón. Y es que la Vía Láctea, para ella, era un parque de atracciones donde evadirse del resto de galaxias que la hacían sufrir.

La gravedad no le influía. Lo grave es que ni gravitatoriamente se unía a nada. Aunque, se decía que nació en una nebulosa, y que en una nebulosa morirá. Bonita forma de llamarla estrella aunque no lo fuera.

La llamaban chica universal. No porque fuese como todas, sino porque era única en todo el universo.

10 de julio de 2014

Raro

Te vi con ella.
Y no conmigo.
Qué raro me sigue resultando verte, y qué rabia me da que hayas convertido nuestros sitios en vuestros sitios. Que no recuerdes que en ese banco nos tirábamos las tardes enteras, sintiendo, y que ahora sea el banco en el que le comes la boca a una chica con el pelo atado en una cola de caballo, con lo que odiabas los recogidos. Que se te haya olvidado que en la segunda escalera de la izquierda nos dimos nuestro primer beso, empapados, riéndonos, raro después de una amistad pero satisfactorio al fin y al cabo. Te has rapado. Siempre me decías que querías dejártelo largo. Han cambiado tus ídolos, tu forma de vestir, incluso tu sonrisa, como más seria y madura.

Yo, en cambio, sigo teniendo la risa fresca -como tú decías-, joven, escandalosa, desenfrenada, alocada, casi pueril; como siempre. Sigo dejándome el pelo largo, hasta que me llegue por las caderas. Aunque maduro, y te lo estás perdiendo. Me estoy perdiendo yo también. Pero eso ahora no tiene nada que ver.

Ella me mira cuando nos cruzamos. Como con desprecio. Supongo que le has hablado de mí. Claro que le has hablado de mí. Posiblemente de tu primera vez. O de algunas locuras que hiciste conmigo.

Hoy me has vuelto a hablar. Me has recordado algunas de nuestras aventuras veraniegas, se me ha revuelto el estómago -pero es un secreto- y la nostalgia se ha colgado de la puntas de mis pestañas a modo de columpio. Hemos reído como antes. Sin olvidar los momentos más serios que pasamos. 'Ante todo somos amigos, para apoyarnos el uno en el otro y para reírnos del mundo que nos rodea'. Ha cicatrizado, pero la marca sigue ahí para recordarme qué fuiste, qué fui y qué fuimos.


Me gusta mi pasado. 



Como un dibujo imposible de acabar pero del que no te puedes deshacer.


22 de mayo de 2014

Desnuda.

Me desnudó.
Rápidamente.
Ni un mes tardó.
Me desnudó con sutileza. Con confianza. Con cariño.
Como quien ya no existe.
Me desnudó hasta el último recuerdo. Hasta la última anécdota vergonzosa. Hasta los últimos momentos que no quería rememorar.
Me desnudó y por primera vez me sentí desnuda. Más que cuando no llevo ropa.
Me desnudó sin saber que mi alma llevaba más capas de tela encima que si viviera en Londres. Y siguió, hasta el final.

No hay mejor sensación que sentirte desnuda y protegida a la vez ante alguien. Y conservando el atuendo que lleves ese día.

9 de mayo de 2014

Vuelta a casa

Me gustan las vueltas a casa.

Sales de fiesta y hay un 99% de posibilidades de que el camino de vuelta sea mejor que el resto de la noche. No me gusta llegar cansada, callada y con cara de zombie; sino riéndome, con energía, con los ojos aún chispeantes. Como si no se hubiese acabado la fiesta, como si la prolongásemos hasta el mismísimo instante antes de tiranos encima de la cama mal hecha hasta el día siguiente. Demostrando así que la esencia de nuestra diversión es la compañía y no el lugar.

Bonita gente. Bonitas risas. Bonitos recuerdos. Bonitas gracias.

Bonitas vueltas a casa.

21 de abril de 2014

Él y Ella vol. VIII

Él que se hizo astronauta para dibujar y poner nombre a las constelaciones de sus lunares, para trazar las órbitas de sus caderas y caer dentro del agujero negro de sus pupilas.

Ella que se hizo mochilera para recorrer el valle de sus abdominales, para escalar a la cordillera de sus clavículas y acampar en la comisura de sus labios.

Que de pequeños elegimos las mismas épicas profesiones que cuando nos enamoramos cuando crecemos, solo que ahora las enfocamos hacia la otra persona, y no hacia el mundo. ¿Quién nos lo iba a decir?

10 de abril de 2014

Historias sin principio ni final.

Hace unos días decidí contar nuestra bonita e inacabada historia. En el momento en que cogí boli y papel, levanté la cabeza y pensé:  Pero, ¿por dónde empiezo?

Creo que... Sí, ya lo tengo. Aquella tarde en el Sega Park con los amigos del instituto. Nos dirigimos corriendo a las motos pero una estaba ocupada por un chico alto y grande. Me asomé a su pantalla y le pregunté que si le quedaba mucho. Me dijo que no, que su amigo se acababa de bajar. Giró la cabeza y me sonrió. Game Over. Se bajó del simulador con un adiós apresurado en busca de su amigo.

Qué va. Ese no fue el principio. Aquel día de primavera, hará 12 años más o menos. Fui a ver un partido del Dolorense en el que jugaban mis compañeros de clase. Él era aquel portero tan simpático que me dijo en qué campo se disputaba el partido contra el Ciudad Jardín.

O quizás el principio fue un cruce de miradas de dos niños pequeños que iban a casa de sus respectivos tíos en el mismo pueblo, que desconocían que años más tarde iban a forjar una amistad tan grande.

Puede que esto no tenga un principio claro. Pero me gusta pensar así.

Lo único claro que tengo es que me alegro de que esa noche de fiesta te metiese el dedo en el ojo porque tú te metiste en mi vida.

23 de marzo de 2014

Peti.

Hoy me he acordado de una persona.Que son de ese tipo de la que pasan fugazmente por tu vida pero que por h o por b, te marcan. Qué bonito.

El chico de las rastas.

No lo había visto antes. Bueno, ni a él ni a casi nadie de aquella asignatura. Y es que a las 9 de la mañana tampoco funciono demasiado bien hasta que no me espabilo. Un día a principio de curso me giré y lo vi. Como quien ve por primera vez la nieve:  Llama la atención (al menos a mí), fascina y quieres acercarte. Al fondo de la clase, solo, mirando hacia abajo. Levantó la mirada y clavó sus ojos verdes en mí. Guapo. Me sonrió y le devolví la sonrisa. Llevábamos a cabo nuestro peculiar protocolo matutino a diario durante un mes. ¿Por qué nunca se había dignado a hablarme? Vergüenza. Timidez. Lo que sea. Pero joder, me encantaría hablar con él. Es de ese tipo de personas que, por lo que quiera que sea, quieres tener contacto con ellas. Y hablamos. Poco, pero hablamos. Y que baje Dios, Allah, Yahvé o Buda y me niegue que su sonrisa era hasta más bonita de cerca (si es que era posible).

¿Sabéis esa clase de relación que se quiere tener pero no puedes? Porque no es tu momento. Porque necesitas estar sola un tiempo. Porque ves que se merece algo más que lo que le pudieras dar tú en esa etapa de tu vida, o incluso a alguien mejor. Porque sabes que no eres la que está destinada a vivir aventuras a su lado, ni a dormirle a besos cada noche, ni a cambiar su humor con solo una sonrisa. Y te quedas con las ganas de decirle lo especial que es y lo mucho que desearías hacerlo feliz, pero que es imposible.


Y desapareció.


No supe cómo llegamos a perder el contacto tan de golpe. Pero lo que sí que sé, es que nunca me olvidaré de cómo me hacía sonreír y lo especial que se puede convertir una persona con tanta intensidad en tan poco tiempo. Las ganas también matan.


20 de marzo de 2014

Muere y déjame morir.

Tengo más monstruos dentro de mi cama que debajo de ella. Que les regalos los diamantes que me hacen brillar con un poco de luz para que se queden, que no quiero dormir sola más noches frías. Ni cálidas. Que quiero escuchar música con ellos y marcarme un Berzerk una vez a la semana. Les pago para que no me abandonen. Para poder beber y bailar como Mia Wallace cualquier madrugada de estas y que Urge Overkill me cante 'Girl, you'll be a woman soon...'. Pero yo no moriría así. No, que va. Moriría aullándole a la Luna y quitándole los paréntesis a las cosas que rechacé a lo largo de mi vida. Porque de pequeña me decían que tachar quedaba guarro, que pusiera entre paréntesis lo que no valía. Y la única guarrada era no poder acurrucarme en los brazos que tenía prohibidos.

Ese día
me quedaría
con los besos que no dí,
los abrazos que rechacé,
las amistades que deseché,
la fortuna que perdí,
la suerte que desperdicié,
las heridas que no curé,
las lágrimas que lloré
y borré.

Me desnudaría delante de todo eso, quedándome en bragas, quizás. No sé. Sentirme vulnerable ante lo que un día renuncié o perdí. Porque al fin y al cabo es de lo que estoy hecha. Morir pura, dándole las gracias por estar donde estoy, por llegar a donde he llegado, por tener lo que tengo y por ser lo que soy. Morir orgullosa. Morir sin arrepentimientos. Mirándolos a la cara y gritándoles que he sido más fuerte, que he ganado a todos, menos a la muerte. Mi batalla pendiente, a punto de perder definitivamente. Y con una amplia sonrisa, destruirlos. Invencible. Hasta que la señora de negro se digne a arrastrarme de los pelos hasta el infierno, que llegaba tarde (como siempre), que prometí recogerme temprano esa noche y ya iba más colocada que Bob; y habría bebido y follado más que Bukowski. La despedida perfecta.



11 de marzo de 2014

Estereotipos y otras mierdas chungas.

Hay que ver lo cuadriculados que somos,
y lo poco que nos gustan las curvas en las mujeres.
Que ya no se valoran una buenas caderas
para hacer derrapes con la lengua.

No hay que ser rubia ni pelirroja,
con el juego que dan la morenas.
Ni tener los ojos verdes o azules te hace ser más guapa.
Que los ojos negros son más profundos según como se miren (o te miren).

Pero, joder, que bonitas las sonrisas sinceras
y los abrazos cálidos en invierno.
¿Qué coño me importa a mí
si quien me lo da es bizco o tuerto
o tenga un mechón azul en el pelo?

Que no os dais cuenta que el 'qué buena estás' ya no es un piropo,
y que un 'me gusta tu nariz' vale mucho más.

Pienso,
¡qué triste, joder!
si las ojeras me llegan hasta el pecho de pensar en toda esta mierda,
y que cuanta más gente superficial conozco,
más fría me vuelvo con todos.
Congelada.

Qué chungo eso de que te quiera una fea
y te tires a una guapa una noche.
Quizás llegue el día en que os deis cuenta de que,
a la que más le importáis os dará más placer,
y que la poetas borrachas follamos mejor
que cualquier facilona que sólo busque alcohol
gratis, a cambio de un sobeteo en la pista de baile.

Y qué quieres que te diga
si me pone más cachonda una conversación inteligente
a que me toquen el culo.
Cuando 'joder' se volvió una palabra bonita
si salen de los labios correctos.

Congélate conmigo, chico.
Que aquí se presume de tener fotos con pivones,
y no conversaciones,
que el mundo se va al garete sin amor al alma,
y no hay alma que sobreviva a esta situación,
que las matamos nosotros con nuestra indiferencia
hacia una manos que no nos dan la razón.




9 de marzo de 2014

Permíteme que te sonría.

Tengo mis días.
Pero más noches.
Que las madrugadas cuentan por dos si se está en la mejor compañía.

Bebiendo. Riendo. Hablando. Sonriendo. Conociendo. Mirando.

Da la vida. 

Como coger aire puro a la máxima capacidad de tus pulmones y soltarlo. Como escuchar tu canción favorita en bucle a tope de volumen con los auriculares puestos. Infravaloramos un abrazo intenso en el momento más adecuado cuando nos lo dan. Luego lo pensamos y nos arrepentimos de que no hubiera durado 5 minutos más. O 5 horas. O 5 vidas. Porque a este ritmo, amigos, me hago inmortal si es cierto eso de tener a alguien con quien hablar, con quien reír, con quien ver una película que no le gusta a nadie más, con quien sacar a relucir tu pliegue en la comisura izquierda cuando sonríes, con quien compartir gustos y odios, con quien pasar el rato simplemente y sin preocupaciones encima, da vida. Tatuándonos recuerdos que valen más que mil amistades anteriores. Hay personas que marcan la diferencia.

¿Madrugueamos?

26 de febrero de 2014

Mataría 640.

Más de 640 sonrisas.
Más de 640 lágrimas.
Más de 640 abrazos.
Más de 640 momentos.
Más de 640 semanas.

640 kilómetros.


Mataría por tus consejos a las 2 de la mañana llenando de pipas mi jardín o tu patio y cada vez que me llevabas a coscoletas al final de una noche de fiesta porque me dolían los pies.

Mataría por las noches durmiendo juntos en el autobús de viaje.

Mataría por tu risa retumbando en mis oídos todos los días y por tus arrebatos cariñosos de 'necesito un abrazo tuyo, enana'.

Mataría por uno de esos ahora.

Mataría por un beso en el pelo, de esos de los que me regalabas al cruzarnos por clase y por los piques jugando a los aviones.

Mataría por todas las excursiones juntos desde pelusillas y nuestra comunicación telepática a distancia.

Mataría por comilonas en el Galeón y nuestros primeros cubatas en casa de Sefu.
Mataría por esa época de parejas y mejores amigos saliendo juntos.

Mataría por volverte a llorar en el hombro por esas cosas que creíamos importantes cuando éramos adolescentes.

Mataría por partidos de fútbol, por cumpleaños, por quedadas tontas a las 5 de la tarde.

Mataría por repetir cada uno de los momentos importantes de mi vida solo porque tú has estado presente, desde el momento en que yo te llamaba enano hasta que me lo llamabas tú, cambiándonos los papeles; creciendo. Y cada vez que los profesores nos miraban al decirles que somos hermanos y nos decían lo mucho que nos parecemos, sin dudar ni un instante que nuestro grupo sanguíneo decía lo contrarío.

19 años contigo.

Mataría por recuperar estos 3 últimos.

Me he matado a mí misma por tu felicidad, por dejar que te fueras de mi lado, por tu bien.

Mataría estos 640 kilómetros que nos separan día tras día desde que te fuiste. No sé cómo he sobrevivido a la vida fuera del colegio y del instituto sin ti. Qué duro. Aún no me lo creo. No me creo que lleve tanto tiempo sobreviviendo sin tenerte en mi día a día.

Mataría por ti.


Te quiero, hermano.

25 de febrero de 2014

Religiones y pecados.

¿Crees en algún Dios?

¿Yo? Yo era ateo. Por no creer, no creía ni en mí. Renegaba de dioses de todas la religiones, y mucho más de las politeístas. ¿Quién se tragaba eso de que en un monte vive una familia de dioses que procrean todos con todos y para más inri bajan a la Tierra a follarse a cuatro humanos tontos por capricho y que nacieran semidioses? ¿Quién era capaz de pensar que había en algún lugar alguien todopoderoso que es el responsable de nuestra vida? ¿En serio se creían que solo una puta persona pudo comunicarse con él para contarnos 'sus leyes'? Venga, por favor...

¿Por qué hablas en pasado?

Porque un día, en mitad de mi caos personal y mi poca fe en mí mismo, apareció ella.

¿Quién?

Para mí, una Diosa, desde luego. Solo con su sonrisa era capaz de que brillara el sol en un día nublado. Su caminar mareaba a todo el que la miraba. Todos la conocían, pocos hablaban con ella. Tenía el poder de hacerte feliz con solo dedicarte una sonrisa. Un ser superior. Con más leyes y pecados tasados en su piel que los que recoge el Corán y más mandamientos en su ombligo que los de la Biblia. Le rezaría a su Meca porque no se fuera de mi lado e iría todos los Domingos a su Iglesia para limpiarme los pecados cometidos en su culo. Y si te soy del todo sincero, si me porto bien en esta vida me quiero reencarnar en el lunar de su clavícula, con las mejores vistas de todo su templo. Le escribiría todo el Tanaj con la lengua en su hueso de la cadera izquierda. Ella tiene un pedacito de cada religión, y como buen 'cristianoislámicobudistajudío' que soy, creo en ella como ella cree en mí. Mira por donde, que recuperé hasta la fe en mi persona y con ella a mi lado me veo capaz de todo. Todo hombre es ateo hasta que conoce a su Diosa. No sé si ya has encontrado a la tuya, pero ¡joder! si lo haces venérala como si te fuera la vida en ello.